17 de enero de 2009

No Estabas - Enero 17, 2009



Abrí la puerta sin tocar y no estabas, entré, recogí lo que quedaba de mis cosas y como siempre te deje el apartamento impecable. Cada cosa en su sitio y el poema del día escrito en el espejo del baño con mi lápiz labial, para que lo leyeras cuando regresaras. Es esta la única manera de que sepas, que aun existo y que de una forma u otra estoy en tu vida; sin ser una interrupción inmediata en tu cotidianidad. Eso lo decidí hace mucho tiempo, tu por tu lado siendo feliz a tu modo y yo por el mío viviendo de mis recuerdos contigo y recordándote de vez en cuando lo mucho que te amo; aun sabiendo que a ti eso no te importa.

Te deje una nota sobre la mesa de la cocina: Esta todo bien, estaré en Lima un mes por asuntos de trabajo, te llamare cuando regrese. Ya de salida, y para no extrañarte, se me ocurrió regresar a tu habitación y como una loca maniática que soy tome en mis manos la franela que dejaste encima de la cama, aproximándola a mi rostro para sentir tu olor aun impregnado en ella. Victoria, eres una desquiciada mental, pensé, luego volví y me abrace a ella, como si fueras tú. Cerré la puerta y me marche.

De camino a casa, escuche sonar el teléfono celular, de repente pensé que podías ser tú, pero nunca llamas a no ser que necesites algo; lo ignoré. Estaba atrasada, tenía que pasar por la oficina a buscar unos documentos para el viaje, llegar a casa, empacar y encontrarme con Hernán en el aeropuerto a las siete de la noche.

De repente pensé que quizás había sido Hernán el que me llamó, al chequear mi celular tenía una llamada perdida de mi hermano Julián, para decirme que se marchaba a Lima también y que me llamaba cuando llegara para vernos. Divino, mi flaco adorado, mi hermanito querido. Es el único ser que me comprende y logra soportarme en esta vida mía tan compleja.

Sonó mi celular una vez más, esta vez sí era Hernán para recordarme de los contratos que tenía que traer conmigo, que no me olvidara del laptop, ni el USB con la presentación para el cliente. Le dije que no se preocupara, que yo tenía todo conmigo. Colgué y me baje del auto literalmente de un salto, tenia el tiempo justo y con lo que me demoro para bañarme y vestirme espero llegar a tiempo al aeropuerto y no perder el vuelo a Lima. Si eso sucede, sé que muero crucificada.

Entre en carreras a mi casa, solté todo sobre la mesa del comedor y me metí a la ducha, escuche mi celular una vez más, me dio flojera salir a contestarlo; decidí terminar de bañarme. Pensé que si era algo importante dejarían mensaje y si no escucharía el usual silencio al otro lado del auricular.

Abrí la llave de la ducha, el agua caliente comenzó a disipar poco a poco mis tensiones y a relajar mis sentidos. Se fue escurriendo por mi espalda y todo mi cuerpo mientras el espejo se empañaba al otro lado de la cortina. Pensé en Roberto, y en las veces en que se metía a la ducha conmigo mientras yo pretendía no saber que el se encontraba allí. De pronto sentía sus manos acariciar tiernamente mi espalda y su cuerpo acercándose al mío; mientras enjabonaba mis cabellos rizos y continuaba rumbo sur por el entorno de mi cuerpo; luego me abrazaba y solo Dios sabe las veces que quise morir de amor con él detrás de esas cortinas. Solo el humo que empañaba el espejo, fue testigo ocular de todo aquel derroche.

Volví a la realidad de un solo golpe, al escuchar mi bendito teléfono sonar, esta vez no fue el celular, sino el teléfono inalámbrico que reposaba sobre el piso del baño cerca de la ducha. Cuando intente contestar, no volvió a sonar; se disparo la contestadota y me quede escuchando. Hola Victoria, soy yo, Roberto. Te llamo para decirte que encontré tu nota en la cocina y el poema que me escribiste en el espejo del baño. Gracias. No se como haces para saber cuales son esos días en los que necesito saber que aun estas y que existes. Si ya sé, me imagino que cuando escuches este mensaje; si es que no estas sentada en la cama en estos momentos escuchándome, pensaras que te llamo solo cuando me haces falta y te necesito: Se que es cierto pero…bueno hablamos cuando regreses de Lima. Un beso, chao.

Mi Roberto, pensé y suspire; pero el suspiro fue breve incorporándome a la realidad en menos de lo que canta un gallo. Me rehúso a flaquear y a cometer la semejante atrocidad de llamarlo. Siempre caigo en la misma trampa, pero esta vez, no fue así. Entre la ansiedad de perder mi vuelo, mi orgullo y el estar harta de tanta pendejada, considero fue la combinación perfecta para no cometer el error garrafal de devolver su llamada. Me rehúso a estar en el radar de Roberto solo cuando él quiere. O sea, materializarme básicamente solo cuando el quiere verme; de ahí en más no existo. Quien quita que uno de estos días, me marche definitivamente de esta ciudad sin dejar ni un solo rastro de mi existencia, quizás solo entonces pueda escaparme de su fantasma.

Eran las seis de la tarde, ya estaba lista y empacada. Mientras que esperaba el taxi, me senté frente a mi computadora para revisar mis correos electrónicos y asegurarme de que estaba al día con mis pagos. Obviamente no quería regresar en un mes y encontrarme con la sorpresa de que me echaron del apartamento por no pagar la renta, y además, no tener luz, agua, ni teléfono.

Escucho el timbre de la puerta, me levanto rápidamente y voy hacia ella pensando que posiblemente era el taxista pero cuando me asomo y para mi asombro era Roberto. Y que rayos hace este aquí, me dije. Vacile en abrir la puerta. Diosito, ¿que hago?, el siguió insistiendo varias veces, al otro lado yo llenándome de valor e inventándome una excusa ridícula en mi mente para no abrirle la puerta. Al final, me llene de agallas y le abrí.

Al abrir la puerta, me preguntó el muy desfachatado, porque me había tardado tanto en abrir. Me dio tanto coraje su pregunta, que le dije toda la verdad. Que no quería abrirle la puerta para no verlo, que no quería saber nada de el y que estaba esperando por el taxi que me llevaría al aeropuerto y no quería perder mi tiempo.

Me miró desplegando su típica sonrisa sarcástica, la cual detesto. Le pregunte que necesitaba y me dijo que solo pasó a despedirse. Curiosamente, pensé que ya lo habías hecho a través del teléfono, así que no entiendo, le dije en mi tono seco y sarcástico. Volvió a sonreír, su sonrisa me mataba lentamente, pero él no tenia porque saberlo, yo digna en apariencia, realmente deseando solo un abrazo, quizás el ultimo que le daría en mucho tiempo. Me deseó suerte, un buen viaje, luego al acercarse me dio un beso en la frente y me estrecho entre sus brazos. Susurró en mi oído un te quiero; sentí desvanecer mi orgullo en un instante. Mi cuerpo flotaba en el aire, no pude sino reciprocar ese abrazo que me devolvió el oxigeno de un solo soplo por todo mi cuerpo físico y espiritual. Es la típica reacción de esta idiota que no aprende nunca. El encanto del momento fue resquebrajado por el taxista, que llego gritando ¡Taxi!, ¡Taxi! Mis pies lentamente se posaron sobre el suelo y volví a la realidad del momento. -Si señor, ya estoy lista, este es mi equipaje, gracias-

Roberto, tengo que irme, cuídate mucho y nos veremos en algún momento. ¿Me llamaras cuando llegues?; preguntó. No lo sé, le respondí. Una vez sentada en el taxi, apoyo su mano en la ventana, me miro con la ternura con la que suelen mirarme sus ojos y le dije adiós.

-Señor, vamos se me hace tarde-, le dije al taxista. -Si señorita-, me respondió mientras se puso en marcha y noté como se alejaba la silueta de Roberto por el lado izquierdo de la ventana del taxi. Curiosamente, sentí la misma tristeza que había sentido esa mañana al llegar a su apartamento y saber que no estaba.