29 de diciembre de 2008

El Recuerdo - Diciembre 29, 2008



Desde aquel día, me plantee enterrar todo lo que hasta ese momento significó tristeza y desconsuelo para mí. Mi desolación tenía nombre y apellido, sin embargo decidí convertirlo en un recuerdo y olvidar; olvidar todo lo que él representó para mí. La voz y mirada de mi gran amor se fueron esfumando de mi recuerdo, y la intensidad de mi amor por él disminuyó en mi interior; como llamarada al viento. No me quemaba; pero sé que tampoco se apagó del todo. A menudo pienso en él, pero asumo que es parte del proceso inevitable del olvido. El miedo me destapa cada noche y sucumbo a la tristeza que juro no sentir por él. Es una inexplicable fuerza que ni yo misma entiendo; mi añoranza por él es más fuerte que la necesidad de olvidarlo.

Su recuerdo causa estragos en mí y me hace vulnerable, me condeno a la soledad y me obligo a sobrevivir mi propio exilio emocional. Suelo auto castigarme, cuando en los días de lluvia busco en lo alto de mí guardarropa, la caja azul aterciopelada que contiene fotos de los dos. Miro cada una de ellas; mientras sollozo e invoco aquellos momentos en los que el amor respiraba vida y no convulsionaba en su arduo esfuerzo por sobrevivir. Opté por esclavizarme en la rutina diaria, para eliminar cualquier posibilidad de encontrar mi felicidad: trabajo hasta el cansancio y ocupo mí tiempo en obras benéficas y leyendo libros de superación personal.

Decidí de marcharme de la ciudad por unos días, necesitaba estar sola, lo cual suena como algo cómico y sin sentido, ya que desde hacia varios meses la soledad es mi mejor compañera, pero esta vez, quería estar realmente sola. Llegué aquel hotel en la playa, un sábado en la mañana, era un día hermoso, como sacado de una colección de fotos que te quitan el aliento. Me pregunte en ese momento, cuantos de esos hermosos días me había perdido, por no estar presente, viviendo y disfrutando cada instante. Una vez más me reproché a mi misma esa falta de ganas de vivir y de ser feliz.

Atravesé las puertas automáticas que se abrieron frente a mí, y me dirigí hacia el mostrador de la recepción. En el momento en que estoy caminando hacia la persona encargada de registrarme y me acerco, suena mi teléfono celular; decido ignorarlo, como hago siempre. Ni siquiera me interesó saber si era alguien de los pocos que tienen el privilegio de tener mi número; ni tampoco me importó saber si era una de esas llamadas de personas vendiéndome cosas o servicios que en realidad no necesito. No quería saber nada del mundo exterior.

La muchacha de la recepción pide el número de la reservación y luego la tarjeta de crédito. Una vez que confirma mi reservación me devuelve la tarjeta y me da indicaciones como llegar a mi habitación. Atravesé la recepción, pero esta vez, en dirección opuesta a la puerta de entrada. Las puertas automáticas abrieron hacia un pequeño pasadizo con vegetación en ambos lados. El sol estaba en todo su esplendor, me quemaba la piel, sentí la brisa del mar y el olor a salitre invadir mis sentidos y en solo segundos me encuentro frente a la habitación número 1227. Pase la llave, y abrí la puerta. Solté todo lo que traía encima sobre la cama y corrí hacia la puerta corrediza que estaba frente a mí y a través de la cual podía ver el inmenso mar.

Abrí mi maletín y agarre mi diario, el diario que ocupa un espacio permanente en el lado vacante de mi cama, es mi vertedero emocional; en él descargo mi rabia y frustraciones. También ahí acostumbro al escribir repetitivamente el nombre de mi gran amor, como si esto fuera a devolverme la tranquilidad ó más bien la sanidad. Sí, confieso que es una especie de masoquismo enfermizo, pero es mi terrible intento de olvidar a alguien a quien sigo amando y al cual realmente no quiero dejar ir de mi vida: Sospecho que esta contradicción tiene su razón de ser. Al final, siempre sucumbo ante su recuerdo que como fantasma burlón, me acompaña: así comienzo a crear un caparazón y por último logro anestesiarme.

El lugar era perfecto, la habitación pequeña pero acogedora, las paredes de un color mantequilla con tonalidades calidas y cuadros representativos de un lugar tropical, el ventilador de bambú estaba en el nivel mas bajo y la luz natural llenaba cada espacio de mi habitación. Me sentí en un pequeño paraíso, la sensación de estar en una isla, en algún lugar del mundo y poder ver el mar desde mi cama, me pareció algo fantástico e inspirador.

En ese preciso instante volvió el recuerdo imponente de mi fantasma predilecto; así lo llamo para no mencionar su nombre, el cual me reservare por toda la eternidad, al fin y al cabo que importa si él no esta. Esta vez elegí no dejarme vencer por la tristeza de su recuerdo. Abrí la puerta corrediza que daba al mar y camine hasta la playa; habré caminado unos veinte pasos antes de sentir la arena en mis dedos. Estaba caliente, pero no lo suficiente como para desistir de mi caminata hacia la orilla y sentir ahora el agua tibia y la arena mezcladas entre mis dedos. Respiré profundamente, deseando que aquel aire de mar me curara todas las heridas y que en el proceso no me dejara cicatrices.

Camine exactamente una hora. Permití que mis sentidos, mi cuerpo y mi alma se purificaran con la naturaleza que hasta ese momento me rodeaba. Estaba en cuerpo presente y creo que por primera vez en mucho tiempo pude apreciar, el sonido del mar, el sonido de las olas golpeando las rocas y acercándose a la orilla con el desprendimiento que solo ellas son capaces de preservar. Tomé agua salada, quise llevar en mi paladar ese sabor a salitre, para complementar en mi interior un poco de las increíbles sensaciones externas que estaba experimentando.

Los tres días de ese fin de semana, fueron totalmente maravillosos para mí. Cambie mi rutina y me permití ahorcar mis hábitos. Dormí a hasta el medio día, no contestaba el teléfono celular; lo cual nunca hago, pero esta vez si tenia una buena excusa para no hacerlo. Para mi propio asombro, hice caminatas a la luz de la luna, sin el mayor reparo ha la oscuridad ó a estar expuesta algún tipo de violación ó episodio trágico. Me concedí el permiso de experimentar sensaciones nuevas, arriesgar mi pellejo y a sentirme totalmente libre. Reste miedos, incomodidades y percepciones. Me importo un rábano todas las reglas impuestas por la vida, la sociedad ó mis creencias. Fui completamente libre y lo mejor de todo es que me sentí extremadamente fuerte y capaz de ser y hacer lo que se me vino en gana.

Regrese a mi casa el domingo cerca de las diez de la noche; de mas esta decir que me entregue en brazos de Morfeo y no supe de mi hasta el día siguiente cando me despertó la vibración de mi celular. El solo echo de pensar que alguien me pudiera estar llamando ha esa hora me pareció un sacrilegio. Pero era solo la alarma diciéndome a gritos que era hora de levantarme y volver a la realidad de lo cotidiano, el trabajo, el bullicio ensordecedor de la ciudad y el eterno afán de los mortales; de más esta decir que me incluyo en esa categoría.

Recuerdo que caminaba por la calle Infanta, como solía hacer cada mañana para tomar el café en la pequeña cafetería de Antonio. Era uno de esos días en los que la vida pasa en armonía y tranquilidad por encima de toda incidencia. Mientras tomaba un café sola, como acostumbraba a hacerlo desde hacía algún tiempo, escuche que llamaron mi nombre, honestamente asumí inmediatamente que no era yo la persona a la que llamaban. Aunque vivía ese barrio desde hacia un tiempo, nadie sabia mi nombre, ni siquiera Antonio quien servia mi café todas las mañanas; el simplemente me llamaba muchachita. Me pareció algo extraño pero ni me di por enterada. De pronto escucho mi nombre por segunda vez; sentí el corazón acelerarse y detenerse a la vez; como un extraña arritmia. Quizás porque hace mucho que no escuchaba mi nombre plasmado en otra boca de esa manera: de modo ansioso y emotivo.

Mire a mi alrededor, buscando la voz que me llamaba, me dirigí intuitivamente hacia ella; de pronto pensé y me sobrevino la loca idea de que podía ser el flaco ingrato de mi amigo Hernán. Mi amigo del alma, un loco divino que se fue a España a probar suerte. Me envía correos electrónicos a diario, porque según él es una manera de permanecer cerca y pendiente de mí. Pero no; recuerdo claramente su voz escandalosa y extremadamente hiperactiva. Me detuve, en lo que pareció un breve instante, para rebuscar, comparar y sobre todo identificar en el archivo de mi memoria aquella voz….Dios esa voz; me dije mientras sentí mi corazón acelerarse de cero a sesenta segundos en un solo instante. La voz que tantas veces consolaba mi alma: la creí olvidada pero aún llevo su melodía en mi corazón.

¡Victoria! Como en cámara lenta, en el momento preciso en que voltee mi mirada, él estaba allí, como traído desde un espacio infinito, aquella figura intacta, tal cual como la recuerdo, en ese preciso momento comprendí que nunca logré olvidar. De repente afloraron sentimientos y sensaciones de golpe, que se plantaron de nuevo en mi interior. Sentí como si el tiempo no hubiese transcurrido por mi corazón, que aquel olvido no fue sino un invento que yo misma cree para protegerme del dolor que me provocó su partida. Al verlo frente a mi, no pude mencionar palabra, mi mirada se lleno de nostalgia y lágrimas corrieron lentamente por mi mejilla.

Victoria, él repitió una vez más mi nombre, pero esta vez con la voz quebrada. Yo no pude hablar, no pude ni siquiera respirar, ya que aquel sublime momento ocupaba todo mi entorno. De repente, como si la noche me arrebatara ese instante, sentí como todo me dio vueltas; se me entrecorto la respiración, mi pecho se oprimió con un fuerte dolor y no recuerdo nada más.

Abrí los ojos y sentí que la luz de aquel lugar fulmino mi mirada, hasta el punto que me era imposible mantener mis ojos abiertos por más de unos escasos segundos. Pregunte donde estaba y que me había ocurrido. No escuche ninguna respuesta, solo sentí unas manos suaves acariciar las mías y apretarlas muy fuerte.

Una indescriptible y confortante tranquilidad envolvió todo mi ser y en ese instante, me sentí protegida y profundamente en paz conmigo misma. También me sentí liviana; diría que flotando y advertí mi cuerpo inerte sobre una camilla de hospital. Varias personas me rodeaban y la mujer vestida de blanco dijo: No tiene signos vitales, no podemos hacer nada más por ella. Que Dios la bendiga y la tenga siempre en su gloria.

Oración De Cada Noche – Diciembre 29, 2008



Dios tu que sabes de todos los senderos aún no recorridos por este corazón.
A ti, te pido me brindes consuelo, si acaso pierdo en algún momento mi sendero.
Y me ayudes a retomar los pasos que me llevan por el buen camino que solamente llega a ti.

Mi Dios, tu que sabes todo lo que guardo en mi interior, te pido fortalezcas mi alma a través de mi fe. Quiero que la humildad de mi corazón guíe siempre mis pasos y que los deseos callados de mi corazón sepan encontrar oídos en ti.

A ti recurro cada noche cuando de rodillas agradezco por todas mis bendiciones, tribulaciones y todas las cosas hermosas que están hoy presentes en mi vida.

Esta oración es para ti, porque más que la luz de mi sendero, eres la fuente donde se nutre mi cuerpo y mi alma. A partir de ti, retomo mi camino cada día y cuando se hace muy pesada mi carga, sé que son tus huellas las que van quedando en la arena y van guiando mis pasos.

Para ti; mi oración de cada noche.