Hay
alguien allá afuera… ¡No puedo dormir!
En eso transcurren mis días, en insomnio permanente. Quiero dormir y
algo en mí se reúsa. Estoy exhausta, no
sé lo que tengo. Depresión, desilusión,
desgano, impaciencia. ¿Tan rota estoy? Supongo que sí, a diario recojo los
pedazos y, qué hacer con ellos. No sé,
de pronto los tiro a la basura.
Quisiera levantarme y abandonarme completamente a mis sueños e
ilusiones, crear algo nuevo que me de vida.
Pero….tengo vida, ¿y entonces? Tengo preguntas sin respuestas, pero dónde
las encuentro. ¿Por qué te espero y
nunca llegas? ¿Por qué sigo aquí si no hay un espacio para mí?
….Una gotera en mi baño, eso me despertó. ¿Será que así se escapan las cosas de la
vida?, a gotas. El amor, los recuerdos,
las ganas. Me pregunto por qué me dejaste sola. Queriendo sola, soñando sola, rezando sola,
que te hice para merecerlo. Pienso en
eso durante el transcurso de mi insomnio, no hay respuesta, pero sí infinitos silencios.
Ah sí, se me olvidaba, la gotera del baño y ahora qué hago. Bueno, por lo pronto llamaré a la aseguradora
para que envíen a alguien que chequee la gotera. Quizá debo llamar a Genaro, el señor que me
recomendaron, ese que aparentemente arregla muy bien los techos. Mientras tanto debo pensar en el plan B,
taparé el agujero para que así las gotas no me despierten en la madrugada.
Se me escapa un bostezo, tal como se me escaparon tantas cosas. A todos se nos escapa siempre algo, o
alguien. A mi amiga Jackie se le escapó su
perro Sanford. Salió corriendo por toda
la cuadra y ella como loca tras él. No quiso detenerse por más que le dio de
gritos y lo siguió. El pobre perro
regresó a casa dos horas más tarde, todo sucio y cabizbajo. Jackie lo vio desde la ventana y le abrió la
puerta. Creo que en ocasiones hay que
dejar ir ciertas cosas, para ver si regresan; otras se nos escapan sin que queramos
y no regresan.
Se está bañando mi vecina, ese es el ruido que escucho a través de mi
pared, lo reconozco, deben ser las seis y media. Qué raro, hace poco miré el reloj y solo eran
las tres. ¿Será que tampoco puede
dormir?, asumo que ese es el caso porque yo hago lo mismo, suelo ducharme en
mis noches de insomnio; igual no me resulta, aun sigo aquí pensando en cosas
sin sentido. Empecé a contar ovejitas
que se convirtieron en chanchos, luego en monstruos y ahora ni siquiera
aparecen. ¿Me dejaron o los dejé? Sí, se
fueron ellos también, me dejaron sola; con el insomnio y la gotera.
Escuché toser a mi hija, esta resfriada. Amo a mi chiquita. Mi hijo ronca, a veces tiene pesadillas y
habla cosas, obvio que no entiendo nada.
A el también lo amo y soy feliz cuando los tengo cerca. Me siento protegida. Es curioso, son ellos los que deberían sentirse
protegidos, pero soy yo la que me siento protegida por ellos, debe ser por su
amor incondicional.
Ahora hay silencio en la casa, me estoy acostumbrando con el pasar de
los días. Es curioso cómo nos
acostumbramos a todo, al desamor, a la soledad, a los reproches, al sin sentido
de la cotidianidad y a los silencios. A la gotera del baño, al sonido que se
filtra por la pared cuando se baña mi vecina,
a los mensajes subliminales de ciertas personas que más que mi bien,
sospecho desean verme derrotada. Mientras tanto sigo pensando qué hacer para no desvelarme. Abrazo la almohada en
busca de consuelo. Estoy cansada. Se acallan las voces en mi cabeza mientras comienzo
a caer sutilmente en los brazos de Morfeo.
Amaneció, esta vez ya no fue la gota que me despertó; sino la suave
melodía del “wind chime” que se
sienta justo al pie de mi ventana. Su
sonido me transporta a un lugar de ensueño, donde el despertar a la realidad es
más placentera y menos trágica.
Doy vueltas en mi cama con pereza mañanera, anoche sentí frio. Dormí con medias, pero las medias no me
resguardan el frio del alma, ni de la incomodidad que siente mi hombro derecho
en las heladas noches o cuando esta húmedo el día. Quizá debí operarme, pero por evitarme la cicatriz
en el hombro y el dolor preferí no hacerlo. Soy una idiota, como si no llevara
a cuestas otras cicatrices. Si bien no
alcanzan a verse, se sienten y no dejan de doler cuando llueve o hace frío.
Llegó nuevamente febrero, otro año más para recordarme que me quedé
esperando como otros febreros las rosas qué no llegaron, o más bien, llegaron demasiado
tarde; cuando todo se había marchitado y no hubo transfusión sanguínea, ni
suficiente oxigeno para lograr salvar lo que estaba perdido. Y despierto hoy sin saber reparar la gotera de
mi techo, ni como quitarme el frio, ni como aprender a vivir. Me cuesta estar al
borde de este precipicio llamado vida.
1 comentario:
Simplemente me encanta como escribes. La facilidad que tienes para expresarte y hacer que uno quiera seguir leyendo
Bravo!
Di
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