28 de diciembre de 2008

Reflexión - Diciembre 28, 2008



Y emprendí uno de mis viajes existenciales en un día cualquiera. Me decidí a jugar sin temor a perder. Entendí que vine a este mundo a dejar huellas, a trascender, a sembrar un árbol, a escribir un libro y a parir retoños de mis entrañas.


No siempre han sido placenteros todos mis viajes, me he sentido invisible ante el ser amado, he llorado en silencio mis fracasos, he buscado la mano de un amigo, y he desahogado mis frustraciones en mi diario. A pesar del eterno cansancio, siempre encontré las fuerzas para levantarme y reinventarme.

Abrí todas las puertas y ventanas de mi mundo espiritual, deje entrar la luz y me lancé a la aventura inevitable de ser feliz. Comencé a vivir las cuatro estaciones del año en mí, porque después de tanto tiempo, estaba presente y sentí cada cambio, cada pausa, cada latido en mí. Y todos aquellos sueños amordazados y reprimidos fueron tomando forma, color y se convirtieron en centellas que fueron iluminando toda mi existencia.

Caminé largas horas por los senderos de mi vida, hasta llegar a este preciso instante, en el que puedo elegir mi camino sin miedo, sin dudas, porque entendí que se trata de arriesgarse, de entregarlo todo sin esperar nada a cambio. Comprendí la importancia de dar, aun sintiendo que no tenía nada mas que dar, porque entiendo que solo el amor engrandece y da alas al ser humano y le permite volar. Reafirmé la importancia de mi fe y el amor a Dios; lo imprescindible de un te quiero, lo sublime de un instante, la ilusión de querer ser siempre niña, la ternura de un anciano, lo grandioso de la humildad y la importancia de mi palabra.

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